Ariel Povdrosky
Ariel Povdrosky: El Navegante del Alma
Nació el 4 de noviembre de 1967, en Buenos Aires, bajo un cielo escorpiano con el océano infinito de Piscis ascendiendo en su carta natal. Indepediente desde muy niño vivió en un Kibutz desde los 7 a los 16 años. Regresando a Argentina y acompañando a su padre en viajes de empresa. Desde su infancia, Ariel fue un hombre de profundidades, tanto en su espíritu como en sus pasiones. La historia de su padre, descendiente de judíos sefarditas de Varsovia y prisionero en Auschwitz, dejó una huella indeleble en él, marcando su vida con relatos de resistencia, supervivencia y la búsqueda constante de justicia.
El llamado del agua llegó a Ariel desde joven. Fascinado por el mar, el buceo y la navegación, se sintió conectado con la inmensidad azul, con la sabiduría de las mareas y el eco de los delfines. Su amor por la cábala, el misticismo y la filosofía oriental le dieron una comprensión profunda del mundo. Leía y meditaba sobre el Bhagavad Gita, exploraba el sufismo y se dedicaba a prácticas como el aikido y el yoga, buscando equilibrio entre la fuerza y la entrega.
Inteligente y visionario, Ariel se convirtió en ingeniero de sistemas, siendo uno de los pioneros de la informática en Argentina. Estudió en la Universidad de Buenos Aires (UBA), una de las instituciones más prestigiosas de la época, pero, aunque brillante en lo técnico, su alma ansiaba algo más. Fue en la poesía donde encontró un refugio y una forma de conectar con el mundo. Admiraba a grandes poetas como Borges, Neruda, Sabato, Octavio Paz, Gabriela Mistral, Victoria Ocampo, y a autores internacionales como Hermann Hesse, Khalil Gibran, Rainer Maria Rilke, Franz Kafka y Carlos Castaneda, cuyas palabras le hablaban de secretos universales y de otras vidas.
En 1988, su vida dio un giro inesperado cuando conoció a María Soliña en Madrid, su alma gemela. Una unión cósmica que nació bajo los hilos del destino. Juntos compartieron noches de música, viajes por tierras antiguas y momentos de profunda conexión con la mística de lugares como Toledo, donde el eco templario y judío aún resonaba en cada piedra.
Ariel fue un músico autodidacta, dominaba el piano, la guitarra eléctrica, la percusión y el violín. Su amor por la música era tan profundo que creía que podía sanar el alma. Su voz, que en su infancia iluminó los pasillos del colegio, se convirtió en una extensión de su ser, un canal para transmitir emociones y despertar conciencias.
Padre ejemplar, soñador e idealista, Ariel siempre luchó por los derechos humanos, siendo un incansable defensor de los desposeídos. Vivió en Israel, Francia, España y Argentina, y encontró en Bariloche y la Patagonia su refugio más puro, un rincón donde la naturaleza le susurraba eternamente. A lo largo de su vida, viajó por América, Oriente Medio, Japón, India y Europa, absorbiendo culturas y enseñanzas que le marcaron profundamente.
Ariel Povdrosky falleció trágicamente en el atentado de la AMIA, en Buenos Aires, en 1994, protegió con su cuerpo a su familia. Sin embargo, su legado permanece vivo: un legado de amor, conciencia, y una incansable búsqueda de lo sagrado. Ariel no fue solo un hombre; fue un navegante de almas, un guerrero espiritual, un amante de la vida en todas sus formas. En cada acorde, en cada verso y en cada ola que besa la costa, su esencia sigue resonando en el universo.
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